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12:30 | Piura, oct. 13.
Por Luis Zuta Dávila
La población de Piura y de otras partes del Perú que visitan esta bella región norteña participan con gran fervor hoy de una de las celebraciones más arraigadas de su calendario religioso: la peregrinación y festividad en honor al Señor Cautivo de Ayabaca, manifestación que es Patrimonio Cultural de la Nación desde 2013.
El epicentro de esta festividad se encuentra en el distrito de Ayabaca, capital de la provincia del mismo nombre y ubicado a 190 kilómetros al norte de la ciudad de Piura, en la sierra del departamento.
La imagen del Señor Cautivo es la de Jesucristo vestido con túnica y manto color morado con bordados dorados que permanece de pie con los brazos cruzados a la altura del pecho y las muñecas atadas con un cordón, en representación del momento en que, tras ser apresado en Getsemaní, Cristo fue abandonado por sus discípulos, tal como se narra en los Evangelios.
La festividad dura del 1 al 15 de octubre, aunque este año la fecha central fue el día 14. La peregrinación hacia Ayabaca congrega a miles de devotos de todo el Perú, en especial de las regiones vecinas como La Libertad, Lambayeque, Tumbes. Aunque la devoción al Señor Cautivo también cruzó las fronteras y motiva la peregrinación de creyentes de países como Ecuador y Colombia.
Los devotos en general visten hábitos de color morado, similar al del Señor de los Milagros -considerada la devoción más emblemática del Perú-, así como detentes con la imagen del Señor Cautivo, mientras que los integrantes de la hermandad portan cruces, estandartes, sahumerios e instrumentos musicales utilizados en la procesión por las principales calles de la ciudad rumbo al santuario erigido en honor de la venerada imagen.
Origen de la imagen y devoción
La tradición da cuenta que, en 1751, el sacerdote español García Guerrero quiso que su congregación contase con una imagen de Jesucristo. Para ello, eligió un tronco de cedro del cerro Sahumerio, de la zona de Jililí, el cual se creía que tenía la virtud de sangrar.
Por aquellos días, llegaron a Ayabaca tres jinetes vestidos con impecables ponchos, montados en tres caballos albinos. Se presentaron como artistas talladores y se comprometieron a esculpir la estatua de cedro con la condición de que nadie revelara nada sobre su llegada, ni que fueran interrumpidos, salvo para recibir sus alimentos al amanecer.
Tras varias semanas sin saber cómo avanzaba el trabajo, la curiosidad de los pobladores de Ayabaca superó a su paciencia. Entonces, se acercaron al lugar, llamaron con insistencia y al no obtener respuesta, creyeron que los talladores se habían burlado de ellos.
Entonces forzaron la puerta y, al ingresar, encontraron con sorpresa que el taller estaba vacío. Incluso la comida que se les daba a los talladores estaba intacta. Profundamente decepcionados, buscaron por todo el recinto y, de pronto, se encontraron con una imponente estatua de Cristo que medía 1.80 metros y tenía las manos cruzadas a la altura del pecho y atadas.
Tras ese revelador suceso surgió la creencia referida a que los escultores habían sido emisarios de Dios vestidos de chalanes. De esta forma, se empezó a hablar de la imagen de Cristo como una «obra de los ángeles».
Consagración del ritual
En 1904, el padre Eliseo Velásquez consagró el templo donde había de rendirse culto al Señor Cautivo de Ayabaca. Este fue refaccionado posteriormente y se le agregó dos escalinatas en la fachada para un mejor acceso de los fieles.
Muchos peregrinos del Señor Cautivo de Ayabaca realizan una doble parada: primero arriban a la localidad de Paita para venerar a la Virgen de las Mercedes, apodada cariñosamente «La Mechita», y luego se dirigen a la provincia de las alturas de Piura para recibir en directo la bendición del Cristo cautivo.
Patrimonio Cultural de la Nación
El 1 de octubre de 2013, el Ministerio de Cultura declaró Patrimonio Cultural de la Nación a la Peregrinación y Festividad del Señor Cautivo de Ayabaca, por ser una de las expresiones de fe y devoción de mayor convocatoria en el territorio nacional, y un importante referente de identidad colectiva para sus devotos.
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