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18:18 | Lima, abr. 4.
Por Geovanne Vargas
Poesía no dice nada, pienso, recuerdo, poesía se está callada, escuchando su propia voz, me digo este miércoles caluroso mientras esquivo los autos que se rozan contra mí como mujeres hermosas. Sigo plagiando a Martín Adán, no solo para tener luego mi aventura, sino para ponerme en modo poesía, pues este miércoles previo a Semana Santa que proso estas líneas mi amiga Francisca Huamaní presenta su libro Confesor en la Galería Martín Yépez, en pleno centro bohemio de Lima.
Mi amiga Francisca, digo. Siempre se critica el amiguismo en literatura, pero qué sería de la poesía sin los amigos. Dado el ostracismo social de la poesía, las presentaciones de poemarios serían desiertos dolorosos, icónicos. Así que bienvenidos sean los amigos (y mejor si son los amigos de toda la vida) mientras los poemas encuentran sus lectores ideales -que al fin serán pocos: no nos engañemos y no engañemos a nadie tampoco, aunque felizmente en estos tiempos esos lectores podrán estar en cualquier parte del mundo.
Francisca, Paquita para los amigos, es sanmarquina, periodista de profesión y bohemia por elección. Suele vérsele en los bares del centro, en El Queirolo, rodeada de poetas, músicos, artistas de toda laya, auténticos y de los otros, diletantes o simples amantes de lo artístico y la conversa culturosa.
Francisca ha cursado una maestría en Escritura Creativa, en San Marcos, bajo la dirección de Marco Martos y fue allí que se tomó en serio la escritura de poemas y cuentos (tiene un cuento finalista en un concurso español).
Tras esa experiencia que la marcó, Francisca decidió dejar testimonio de su más íntimo quehacer. Nació así Confesor, presentado por Elie Angles (químico, fotógrafo y poeta) y Silvana Vargas (exministra de Desarrollo e Inclusión Social, socióloga y profesora de la PUCP).
Elie Angles señala que la ópera prima de Francisca Huamaní es un libro escrito «con sangre y con fuego». Que hay en él un viento gélido y a la vez un fuego poderoso que desplaza tenazmente todo hielo. «Voz sangrante y sagrada, pero lacerante», dice y como prueba cita los versos finales del libro: «Arma mi mortaja esta noche/y despide mi cuerpo sin ropajes/ sin velas, ni rezo./ Oscurece la pena de mis no hijas,/y diles que no abandonen mi comodidad,/ y que las espero en la zona hosca de la eternidad./Ahí viviremos, frías, frías, frías».
La exministra lleva su presentación por los vericuetos de lo impensado. Así, el título del libro se separa en tres sílabas (Con Fe Sor) y pasa a evocar inusitadas reminiscencias religiosas, en las que caben Freud y la sociología y el empoderamiento femenino. Vale. Son las asociaciones connotativas que la buena poesía regala.
Luego Francisca afirma que el amor, la muerte y la pérdida son las constantes en su libro. Lee «Remojo» y «Esencia», textos emblemáticos del conjunto. Ella afirma su predilección por «Días calvos», poema donde el yo poético arregla cuentas con un amor contrariado: «Desaira mi convalecencia/mi santo vientre./Estoy adolorida,/ más hoy que mi piel palidece,/ con el derrumbe de peldaños no alcanzados.»
Los versos de este libro son como su autora. Delicados, lúcidos, exponen una verdad amarga con una delicadeza que se impone sin aspavientos. «No confesé a nadie mi alianza con la oscuridad», dice Francisca en «Confesiones a los patos».
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Salgo a la calle y una Lima nocturna, fantasmal, me acoge. Ya la fauna noctámbula de la ciudad no oficial ha tomado las calles. Los versos de Francisca aún resuenan en mi mente. Supo mi tarde que es tarde para amar y supo mi noche que es oscura la vida. Discrepo a medias con Francisca: siempre es tarde y siempre es temprano para amar, y la vida es oscura y es luminosa a la vez porque así es la soñada coherencia. La poesía dice mucho, siempre lo hizo, nunca está callada y sigo -seguiremos- escuchando por mucho tiempo su estruendo mudo. Sigo plagiando versos: esa es la gracia de leer poemas: aprenderse unos versos que, con fortuna, nos acompañarán siempre.
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